sábado, 17 de noviembre de 2007

La pregunta por el fin de los Tiempos

Domingo 18 de Noviembre 2007
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (XXI, 5-19)
En aquel tiempo:
Como algunos, hablando del templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que contempláis, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tened cuidado, no os dejéis engañar, porque muchos se presentarán en mi nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca”. No los sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os alarméis; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, os detendrán, os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y seréis encarcelados; os llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre, y esto os sucederá para que podáis dar testimonio de mí.
Tened bien presente que no deberéis preparar vuestra defensa, porque yo mismo os daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de vuestros adversarios podrá resistir ni contradecir.
Seréis entregados hasta por vuestros propios padres y hermanos, por vuestros parientes y amigos; y a muchos de vosotros os matarán. Seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni siquiera un cabello se os caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvaréis vuestras vidas».
Palabra del Señor.
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Reflexión
La palabra "Parusía" significa "fin de los tiempos". La parusía es una preocupación constante en todos nosotros. Es el motivo del Apocalipsis. Aunque bien traducido, "parusía" significa (más literalmente) "presencia del Juez". Es el momento en que se hace presente en la Historia humana, el Juez supremo. Es el día del Juicio Final.
Le preguntan a Jesús por éste día: ¿cuándo va a ser? le dicen. No querian ni más ni menos que conocer el día del Juicio. Es una frescura preguntarle eso a Dios, porque si supiérmaos el día, podria ocurrir de alguno que, al saberlo, no rectificaría su conducta sino hasta pocos días antes, de tal manera que viviría una vida pecaminosa, o lejos de Dios, hasta llegado cerca de su momento.
La piedra de tropiezo, dice el Padre Castellani, de todos los incrédulos -de todos los tiempos- es que no saben que el Juicio es "PRONTO". Lo que es lo mismo que "no saber cuándo es". Por que en este pasaje Cristo no dice que sea pronto, es más, dice lo contrario, dice que muchos vendrá diciendo que es pronto, pero que no les hagamos caso. Pero tampoco dice cuándo, y, sin embargo, eso le peguntaron.
Por que a Cristo no le interesa andar diciendo cuándo será el Juicio, porque nos conoce, y sabemos que con esa pregunta queremos conocer más de lo que necesitamos: sólo debemos saber que es pronto, y que no nos corresponde saber cuándo.
Jesús les responde igual. Aunque no lo que ellos quieren, pero los deja saciados.
Les dice que 1º vendrán sufrimientos, calamidades, dolores y persecusiones, antes del Juicio. Esas cosas las vemos siempre. Siempre hay sufrimiento y persecusión. No es novedad, por lo tanto, el astuto tendrá que concluir que Cristo está diciendo que estamos siemrpe a la vuelta de la esquina.
Las PERTURBACIONES que anuncia son metafóricas, pero también literales. Veamos la alegoría de cada una, según lo dicho por la Tradición Católica:
Perturbaciones:
Dice que harbrña"guerras" y "sediciones". Las guerras son siempre un enfrentamiento de un enemigo EXTERNO. Las sediciones son los conflictos con un enemigo INTERNO, por lo tanto, estos dos signos significan que las perturbaciones que vendrán antes del fin serán externas e internas, naturales e interiores.
1) "se levantará pueblo contra otro pueblo": Significa que lucharan hombres contra otros hombres. Los "iguales", los "hermanos". Eso lo vemos hoy en día, cuántos en un mismo País se enfrentan: unos a favor de Cristo otros en contra suya. Unos a favor de la vida otros a favor de la muerte, porque unos están en contra del Aborto y los métodos que evitan la fecundación, pero otros están a favor de esos instrumentos de asesinato. Estamos cumpliendo esta perturbación: estamos enfrentados los hombres, unos contra otros.
2) "terremotos" : En sentido literal y alegórico. El segundo significa que vedrán perturbaciones "desde el Cielo", dice San Gregorio. Pruebas. Pruebas de Dios, a lso hombres, el Cielo nos enviará pruebas para ver quién es fiel con el Señor. En vista de tanto desorden, es difici ver quién es de Cristo o quién es del Mundo. Las pruebas que vienen desde el Cielo nos ayudan a ver con claridad.
3) "PEstilencias" : es la propia pudrición por el pecado. Es la perturbación íntima, la que viene desde adentro. El no saber qué hacer en un mundo confundido, sin Dios. El optar pro deciciones que parecían de Cristo, peor terminaron siendo del Demonio.
4) "Hambre" : Es la esterilidad de la Tierra. El mundo es finito, estamos en él utilizandolo al máximo. No es ilimitado. Se terminará. La esterilidad, infecundidad d ela tierra es la prueba de que ya está cerca.
5) "testimonio": Significa mostrar a Cristo. La perturbación más grande es esa: la de decirnos cristianos frente a un mundo que no sólo no lo es, sino que humilla, persigue, aplasta a quien dice que es de Cristo. En el Evangelio podemos ver esta invitación, cuando Jesús pregunta a los hijos del Zebedeo, a Santiago y a JUan, si estan (o estamos nosotros) dispuestos a "beber este Cáliz", amargo, que es ser cristianos. Es decir, ser cristiano es la alegría y la Gracia más grande que podamos recibir en ésta vida temporal, pero al mismo tiempo, por no ser de este mundo, tenemos que beber un trago amargo, que es el de vivir como extranjeros, y hasta ser perseguidos pro ello. Es el choque entre Dios y el mundo. El choque que vivió Cristo.
No sólo es Mártir el que muere fisicamente por Cristo. También es Mártir el que muere espiritualmente por Él. Incluso es más Mártir éste último, y es el más frecuente, por que lo debe hacer todo cristiando que decide segir a Cristo.
Es morir al hombre viejo, según San Pablo, para vestirse del hombre nuevo. Eso es una muerte, ciertamente. Es morir a amistades, a gestos, a lugares, a conductas. Es una muerte lenta, amarga como un Cáliz. En ese pasaje de los hijos de Zebedeo, ellos dicen que están dispuestos a beber el Cáliz, o sea, a morir por Él. Sin embargo sabemos que llos no muerieron así, perseguidos o fusilados como los cristeros mexicanos, o como los Hermanos mártires de Turón, lasallistas, o como lso mártires de la Guerra Civil Española, de manos de lso comunistas ateos.
Ser Mártir, morir por Cristo, lo debe hacer todo cristiano. Todos somos mártires cuando seguimos a Jesús, basta con guardar en el alma y reflejar en la vida a Cristo.
Este Evangelio de Lucas nos trae una enseñanza moral. Hay un deseo humano, malo, de concoer siempre lo oscuro. En el Génesis Dios creó todo, separó tinieblas de la luz, sin embargo el Hombre, que fue creado en la luz, y por la Luz, se quiere ir a las tinieblas. El que anda en tinieblas no es de Dios. Esos que preguntan "cuándo" buscan la tiniebla.
Jesús, igualmente les responde. Pero quiere decirnos: "¿qué sacarías con saber cuándo viene el fin, si no cambiasReflexión? Andar en la luz es ese "cambiar". A Jesús le interesa ésto último: "de qué sirve tener toda la ciencia, si no tengo amor", de qué sirve saber cuándo termina el mundo si no me hago de Cristo. En vez de andar tan preocupados por la fecha exacta, mejor nos preocupamos de cambiar y convertirnos ahora.
El engaño de los heresiarcas, eso de hablar en nombre de Cristo, es presentar doctrinas contrarias a Él. Eso ocurre mucho. Se presenta el Evangelio deformado o mutilado, cortado, castrado. No con su fuerza divina.
Estamos en el comienzo de los dolores. Vendrán muchos más. Debemos sufrir lo mismo que Cristo, y, como Él, tener esa actitud de confianza en Dios. Rectificar nuetsro sendero, y ponerse en dirección a Dios.
La fecha no importa para quién se confía en el Señor. Dios dirá cuándo.
Nosotros debemos ser santos ahora.
Diso guarda su secreto.
C.M.

sábado, 10 de noviembre de 2007

La discusión de los Saduceos con Cristo

Domingo 11 de Noviembre 2007- XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (XX; 27-38)
En aquel tiempo:
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él».
Palabra del Señor.
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Reflexión
San Ambrosio dice que los Saduceos eran “la parte más detestable de los Judíos”. A Bossuet le llama la atención que estos saduceos hagan una pregunta tan carnal, inclinada a los placeres de la carne, tan mundana, frente a Jesús; porque a ellos no les interesaba tanto lo que decía la Ley...¡si ni siquiera la respetaban! Eran unos laxos. Sólo preguntan porque les interesaba saber la parte mundana.

Aunque Jesús no hace caso a esta mundanidad, sino que les responde igual, como diciéndoles “yo sé que quieren saber”. Por que les responde con la ley. Ellos lo llamaron “Maestro”, por lo tanto él responde como tal, como lo llamaron, es decir, como “Maestro. ¡Se conocía la Ley mejor que ellos, mil veces más!. Ellos parten citando el Deuteronomio, y Jesús le cita también el Antiguo Testamento.

La pregunta de los saduceos es muy mala. En verdad no logra engañar a Jesús. Ni cerca. Es muy ignorante, parecida a la que le hacen a los cristianos el mundo contemporáneo: “¿por qué el Vaticano tiene tanta plata y no la da a los pobres?”, “¿por qué los curas no se casan?”, “¿por qué la Iglesia no deja a las mujeres ser sacerdotes?” etc, etc., y un largo etcétera.
Son malas estas preguntas. Por dos razones: 1º Por que se responden muy fácil, basta ocncoer un poquito la Escritura para darles respuesta, y 2º Por que son preguntas que no tienen la intención de ser respondidas, a menos que se les responda lo que ellos quieren.
No hay espíritu de Verdad.
Pero Cristo no los deja sin respuesta. Les responde igual. Así tenemos que hacer nosotros también. Darles respuestas, y buenas respuestas, aunque no quieran escucharla. Debemos cumplir con lo que nos corresponde a nosotros: nosotros sabemos la respuesta, peor si el otro no la quiere recibir, será otro problema, de él con Dios.

Hay que responder para tratar de enderezarles la intención: moverla de la carnal, mundano, a lo espiritual y celeste, divino.
Si nos preguntan sobre estos temas, tenemos que responderles con la Verdad, esa Verdad de Dios: El Vaticano no da la plata por que es para Dios, los curas no se casan por que se consagran a Dios, La Iglesia no deja a las mujeres ser sacerdotes por qué Cristo no hizo sacerdote a las mujeres, etc.
Si al final lo que el mundo quiere es: que la pobreza material se acabe por que les da pena (cosa mundana), que los curas se casen para que la libertad sea primero que el amor a Dios, que las mujeres sean sacerdotes para que haya igualdad entre hombres y mujeres, cosa mundana también. Vanidades, pura vanidad.
El Cielo es más lindo, más grande que estas intenciones, ¡que son buenas! En sí son buenas, pero no dan con lo “más bueno”: es más bueno que Dios reine dignamente, y que se le reconozca su grandeza, es mucho más bueno que un ser humano se “case” con Dios que con otro ser humano, y es mucho más bueno que el hombre y la mujer tengan cada uno su función en el plan salvífico.

Estos saduceos niegan la Resurrección, por que son mundanos. Los actuales saduceos, niegan las verdades de fe por que también son mundanos.
Por mucho que traten de “pillar” (sorprender) a cristo o a nosotros los cristianos, no van a poder, siempre que respondamos con la verdad de Cristo.

Otro tema que se extrae de este Evangelio es el de la importancia de formarse, sobre todo en la Palabra de Dios. Es bueno formarse filosóficamente, teológicamente, saber Liturgia, Pastoral, Moral, etc, peor lo mejor de lo mejor es saber qué dijo Dios: La Palabra, la Biblia, los Evangelios.
Cristo los mata con la respuesta, por que conocía el Evangelio mejor que nadie: Él era el Evangelio realizado. Por eso hasta los saduceos tontos estos le dicen, antes de preguntarle, “Maestro”.

Al final del Evangelio se puede apreciar la respuesta divina. Primero les da una respuesta magistral (de un Maestro), como de un “sabio humano”, peor al final les da una respuesta de un sabio divino, de un Dios hablando, les dice: “por que Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, todos, en efecto, viven para él”
Aterrador escuchar al Hijo de Dios zanjando el problema casero de los derechos de la viuda con una frase como ésta: Él es el Dios de la vida, no de la muerte. En ese minuto debe haber tronado en ese lugar, se debe haber nublado: Dios ha dicho.
Nosotros tenemos que ser así, como Cristo: conocer al detalle la Escritura, peor también estar muy unidos a Dios hasta el punto de conocerlo en lo íntimo, y llegar a decir con tanta certeza y seguridad que Él es el Dios de los vivos, no de los muertos. ¿Estamos tan seguros de eso? ¿Estamos tan seguros y convencidos de la Resurrección?...¿somos como Cristo o somos más saduceos?

C.M.

viernes, 12 de octubre de 2007

Los diez leprosos (Lc XVIII, 11-19)

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario 12-10-07 (Ciclo C)


Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17, 11-19)


Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: « ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, Jesús les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y en el camino quedaron curados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: « ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».


Palabra del Señor.



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Si tuvierais el don de la fe...Esto es lo que nos dice el Señor a través del evangelista Lucas. Si tuviéramos fe podriamos mover una montaña, como señalaba domingos atrás el mismo apóstol.

Acá nos incita a lo mismo: acrecentar la fe.


Pero hoy nos dice "cómo".


La fe se acrecienta: 1º reconociéndo a Dios como el "Salvador" y como el "Maestro". Él nos salva, él nos guía. Los leprosos lo llaman así: "Jesús -que significa Salvador- ¡Maestro!"

2º Reconociéndo su amor por nosotros. Su amor más divino es su Misericordia. Lo sleprosos agregan: "Ten misericordia de nosotros".

Al comenzar la Misa, decimos -o debemos decir- esto mismo: reconocer a Dios como el Salvador y el Maestro, y luego apelar a su Misericordia. Ojalá lo hiciéramos a gritos, por las calles, como lo hacen los leprosos, que no les da verguenza gritarle "salvador" y "maestro", aún arriesgando ser castigados, proque en esa época a los leprosos se les prohibía acercárse a la gente así no más.

Pero su fe es más grande, su fe los hace gritar, y los hace gritar ¡salvador y maestro!


Pero Lucas nos muestra algo más.

Hay dos clases de "fe". La primera es la que tiene todo hombre de buena voluntad, que es la de confiar en lo que es confiable. Como cuando un amigo me dice que está por pasar frente a mi casa, y yo salgo afuera a esperarlo. Ahí hay fe, una fe natural, bonita, pero natural.

Ésta es la fe de los leprosos, que cuando Jesús les dice: "vayan donde los sacerdotes", ellos van, Creer, obedecen, cumplen, confían. Esa es una actitud muy digna, muy elevada, que pocos tienen hoy en día. Lucas pone a unos leprosos en ésta enseñanza, no sin razón: los leprosos eran -además de ser enfermos- samaritanos, o sea, no judíos, lo que los alejaba aún más de Jesús. A los leprosos se les alejaba de la gente, por eso gritan de lejos, y además eran samaritanos, Jesús caminaba entre judíos, y es conocida su enemistad. Pero ellos sobrepasan toda distancia con Jesús, con Dios, y QUIEREN acercárse a Él. Hacen lo que sea, arriesgan lo que sea: ¡vaya ejemplo el que tenemos acá!


Y como tales hombres, valientes por amor a Dios, le obedecen y parten en camino a los sacerdotes a sanarse. Pero fijarse: Jesús los sana antes que lleguen donde los sacerdotes, es decir ¡no se aguanta el amor por esos hombres que han demostrado que le aman, que han demostrado que quieren a Dios, lo quieren buscar, se quieren acercar a Él!

Pero parece que esto no basta en la espiritualidad cristiana.


No se trata sólo de buscar a Jesús, sino de encontrarlo, como decía San Bernardo.

Ellos lo buscaron, lo encontraron, incluso, pero no se quedaron con Él, no regresaron a Él.

El único leproso que llega donde jesús es el que nos enseña el segundo tipo de fe


El segundo tipo de fe es la fe sobre natural. La fe de los santos, de los que son salvos, de los que se salvan. Asi lo dice el texto: "vete, está sañvado". No sólo le dió Jesús el premio por haber sido fieles, por buscarlo, por ser valientes, arriesgados, que era el premio físico, natural, buenísimo, pero natural: la salud del cuerpo.

Al que regresó a "dar gracias y gloria a Dios", a ese Jesús no sólo le dió la salud del cuerpo, sino que ¡lo salvó!.

El segundo tipo de fe es el que atribuye todo lo bueno a Dios, lo agradece y gloría a su Dios. Ese es el santo. Y nosotros debemos querer ser santos. Debemos fijarnos en el leproso samaritano que volvió a los "pies de su Dios". No al que lo buscó, lo encontró, peor no se quedó con Él.


Si tuviéramos fe como éste leproso, podriamos ser salvos.

La fe es un don que se pide. Pidamosle a Dios, por medio de Nuestra Señora del Pilar, que nos dé más fe, que la fortalezca, y que esa fe nos haga volver siempre a los pies de Nuestro Señor, como aquél leproso.



viernes, 5 de octubre de 2007

El grano de Mostaza y la Parábola del sirviente (Lc. XVII, 5 - 10)

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario 07-10-2007 [Lucas XVII, 5-10] (Ciclo c)


Lectura del santo Evangelio según san Lucas (17, 5-10)


En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».
Él respondió: «Si tuvierais fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijerais a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella os obedecería.
Supongamos que uno de vosotros tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: “Ven pronto y siéntate a la mesa”? ¿No le dirá más bien: “Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, Y tú Comerás y beberás después”? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que le mandó?
Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os mande, decid: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.

Palabra del Señor.




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El Cardenal Gomá dice que este Evangelio versa sobre “el poder de la fe” y la “vanagloria”. ¿Y cuál es su relación? El Cardenal Gomá señala que es muy difícil ordenar los hechos cronológicamente de estas enseñanzas que nos narra Lucas. Por lo tanto parece no haber una relación directa entre estas dos advertencias. Pero sí la hay. Manuel de Tuya pone como título a la Parábola que aparece en este Evangelio: “Parábola de lo que es el siervo”. Si la fe es un don, un regalo, que recibimos, ¿cuál debiera ser nuestra actitud con este don? El de gratitud, no el de exigencia.

Este Evangelio remarca la importancia de la fe, su lugar en la naturaleza de los Hijos de Dios. Dice Jesús que la fe es “hacer lo que se nos pide”. Lo que nos pide Dios. Uno pide más fe porque quiere hacer más de lo que se pide, o menos.

Jesús explica 1º la fuerza de la fe: lo que ningún ser humano puede hacer, eso lo puede hacer la fe. Y sin embargo pedimos más. Es que en realidad ni siquiera utilizamos lo que tenemos, o hacemos lo que se nos pide.
Es bueno pedir aumento de la fe. Pedir aumento de la fe es pedir aumento de la fidelidad. No hay que temer ni escatimar pedir más fe, más fidelidad. Es un reconocimiento de que estamos necesitados, de que amamos.

Después Jesús pone una Parábola. Con ésta quiere decirnos el Señor que debemos cumplir nuestro deber sin alardes. Pedir fe, mostrar amor, pero ir cumpliendo lo que el Señor nos pide. No pedir más si no podemos con lo que ya tenemos. Aunque en el fondo del corazón es muy saludable pedir más, aunque no hagamos ni siquiera lo que nos corresponde. Es sobrecargarse. Un caballero ayuda a una Dama a llevar una carga. El caballero ya no puede más, y sin embargo le pide a la dama que le de a él todo el peso de la carga. Eso es un signo. Le está diciendo: “hago todo esto por ti”. Pero ¿qué pasa si al caballero se le cae la carga que llevaba al principio, y no es capaz de levantar la carga extra que pide? Queda como un ostentador. En cristianismo eso se llama “fariseísmo”. Jesús nos guarda del fariseísmo. Porque este Evangelio se lo dirige a sus Apóstoles, a los que quiere. Les dice: está bien que pidan mucho, pero sean capaces de llevar lo que les fue dado.
Por eso pone esa parábola del “alarde”. No hay que alardear frente a Dios, porque, Él conoce lo secreto, Él nos va a recompensar por lo que hicimos, no por lo que pedimos. Además, no es bueno estar pidiéndole tanto a Dios, sin antes cumplir las obligaciones. Puede pedir con más derecho quien cumple las obligaciones, pero es una frescura pedir si no siquiera se cumple con las obligaciones.
Tampoco hay que quejarse por que seamos sirvientes de Dios. Sirvientes no es lo mismo que siervos. Servimos como Hijos, no como esclavos. Nuestro servicio no es de asalariados, es de Hijos. Os que andan alardeando y pasándole boletas a Dios más parecen mercenarios que Hijos suyos. ¿quién de nosotros le dice a su padre humano: padre, me debes esto y esto otro porque yo fui buen hijo?

viernes, 28 de septiembre de 2007

El rico epulón y el pobre Lázaro (Lucas XVI, 19-31)

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario 30-09-2007 [Lucas XVI, 19-31] (Ciclo c)




Lectura del santo Evangelio según san Lucas (16, 19-31)


En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.
“Hijo mío —respondió Abraham—, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”
El rico contesto “Entonces, te ruego, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos que el los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”
Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.
“No, padre Abraham —dijo el rico—. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.
Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés ya los profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos tampoco se convencerán”.


Palabra del Señor

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Hemos venido escuchando, estos últimos domingos, los sabios conseos y las duras exigencias del Evangelio, sobre las riquezas, el dinero y las posesiones materiales. Consejos y advertencias que, por cierto, vienen de boca del mismo Jesús, por lo tanto carecen de caducidad, todo lo contrario, poseen una vigencia absoluta.
El Domingo anterior se nos invitaba a ser más “vivos” (“vivaracho” como se dice ordinariamente) con las cosas del Cielo, así como tenemos esa viveza para administrar platas, con la misma astucia deberíamos buscar las otras cosas. Y terminaba con la clásica sentencia: “no se puede servir a dos señores”, al dinero y a Cristo. El cristiano verdadero elige a este último Señor.
Ahora el Evangelio nos trae una advertencia mucho más clara. Las riquezas mismas son un peligro. Mucho se dice que el dinero y las riquezas son “neutras”. Y eso es cierto moralmente, filosóficamente hablando. No poseen carácter de “mal”. Incluso es más, poseen un carácter de bien útil. Sin embargo, la fe ilumina la razón, y lo que teníamos por seguro en la filosofía o moral racional, se perfecciona con más seguridad por la fe. Aquí ocurre eso: la riqueza es un bien útil, puede ser usado para el bien y para el mal, pero es más seguro que nos traiga la condenación eterna.
Jesús mismo conoce muy bien la atadura que trae el dinero. Nosotros también lo sabemos. El apego que produce es engañoso. Mientras lo tenemos, nunca podemos decir con seguridad que no estamos apegados. Cuando no lo tenemos, ya sea porque lo perdimos o porque lo gastamos o invertimos, ahí recién nos damos cuenta que sí estábamos un poco apegados. Es engañoso.
San Agustín comienza el comentario a este pasaje del evangelio de Lucas diciendo: “He aquí la fe de la que se ríen los malvados y los incrédulos: nosotros decimos que después de la presente vida hay otra”. El hombre rico comienza a olvidar esto, y se desvive en su riqueza.
Eso le pasó al rico de este pasaje del Evangelio. No se dio cuenta que afuera había un pobre al que los perros le lamían las heridas. El rico vivió feliz, sin preocuparse.
No daba limosna no porque fuera “mala persona”. El texto no dice eso. ¡No se dio cuenta que había un pobre afuera! Es decir, lo consumió el dinero, le cerró los ojos (del alma) porque veía sólo su felicidad, que era sana, buena, pero lo alejó del pobre. Nunca se dice que malgastaba el dinero. Pero un hombre de Dios, un buen cristiano, un santo, habría puesto a buscar a quién ayudar, con quien compartir el dinero. Entre el buen cristiano rico y un pobre no existe distancia, sino cercanía (prójimo viene de ahí). En cambio, entre el rico epulón y el pobre Lázaro había un abismo que los separaba. El Cardenal Gomá dice que ese mismo abismo los separa también en la “otra vida”, en que el rico le pide ayuda ahora al pobre Lázaro, pero aún éste queriendo ayudarlo, no puede...por el abismo que se tejió entre ambos en ésta vida.
Manuel de Tuya rescata la figura de Lázaro como hombre bueno. “Lázaro” es la abreviación de “Eleazar”, que significa “Dios ayuda”, por lo tanto, no es que Lázaro no pueda ayudar de modo alguno al condenado rico, lo ayuda, porque al rico lo que más le inquieta, incluso más que su sed (que es también metáfora) es que su familia, que aún vive la vida terrena, se salve. El rico le pide a Lázaro que ayude a su familia, y así, ayudándola a ésta, puede calmar en parte su dolor, o sea, ayudarlo a él. Y Lázaro sí lo ayuda, claro que no como pide el rico. El rico no está en condición de pedir mucho, porque su inteligencia está ya bajo la influencia del pecado, por lo tanto nublada. Por eso el rico le pide en realidad una tontera: aparécete tu y les adviertes. Lázaro se niega, no por “malo”, sino por la estulticia de la solución que pide el condenado. Por eso Manuel de Tuya dice: “no es cuestión de avisos extraordinarios, sino de la recta actitud moral” la que salva a los hombres. Por lo demás, decimos nosotros, ver a un hombre al que los mismos perros le lamían las heridas, es ya una visión extraordinaria, capaz de movilizar a cualquier rico a darle salud y alimento. ¿Serviría que apareciese Lázaro para hacer cambiar a la familia del rico? No lo sabemos. Pero sí sabemos –piensa Lázaro- que basta con la Palabra de Dios (los Profetas) para que todos se salven.

En la era actual en que vivimos, del neoliberalismo, o capitalismo renovado o moderado, es sumamente difícil entender esto: quien posee mucho dinero, debe compartirlo con los pobres, porque: ni el dinero es suyo, sino de Dios, ni su vida está salvada per se, sino que tiene que trabajar para salvarla.
Si se dice esto, se cree que uno es comunista. La diferencia está en que el comunismo no impone la caridad. Por último ojala impusiera la caridad, pero no es caridad lo que impone, entendido esto como amor al prójimo. El comunismo impone igualdad, que es algo malo. El comunismo impone igualar hacia abajo, quitarle a los ricos...impone el robo, la mentira, el engaño.
El cristianismo, si es que impone algo, impone el amor, la caridad. Y la forma de imponerlo no es bajo opresión, como el comunismo. El cristianismo la impone por el ejemplo, por el testimonio. Impone el amor por el testimonio. Por eso bajó Dios al mundo, se encarnó, vino Cristo a “dar testimonio de la verdad”, a ser “camino, verdad y vida”; a mostrarnos cómo debemos ser.
Quien posee mucho dinero debe compartirlo por su propio amor. Que de su amor infinito por Dios, y de éste por el prójimo, debería brotar solo el hecho de dar, donar, de amar al pobre. Pero si esto es muy lógico: ¡sólo quién tiene mucho dinero puede ayudar al que no tiene nada y muere de hambre!
Dios entrega a todos los medios para salvarse. Si al rico le es muy difícil entrar en le Reino de los Cielos (Lc 18, 24), precisamente porque es muy difícil que se desprenda de sus bienes, entonces que acuda a la Palabra de Dios para que le diga cómo puede entrar en el Reino. Y la palabra le dice lo que ésta lectura dice: “Tienen a Moisés y a los profetas”, es decir, está el mensaje de Cristo, que lo lean y lo cumplan, así se van a salvar.
Cuando se lee este Evangelio, muchos dicen: “pero si yo doy limosna”. Y es cierto. Pero la verdad de si está dando lo que le sobra, o lo que no le cuesta, o una porción que solo deja tranquila a su conciencia y no al hambre de un pobre, entonces, si ocurre así, ese, que dice que da limosna, no está cumpliendo el evangelio. El Evangelio busca un total desprendimiento de las riquezas, como vimos el Domingo pasado, y un total volcarse hacia el pobre, como vemos este domingo.
Es por eso que este evangelio comienza: “Jesús dijo a los fariseos”. No le habla a sus discípulos sobre esto. Son los fariseos los que necesitan este consejo con urgencia. Jesús también está preocupado de ellos. Los fariseos de hoy en día son estos que decíamos recién, que dicen:” pero si yo doy limosna”, y capaz que de, y mucha, pero ¿será suficiente?. El Fariseo es el falso, el hipócrita, el que cumple la ley por obligación, no pro amor. El fariseo es el que hace lo que la ley de Moisés dice (los fariseos de hoy, lo que Cristo dice), lo hace, pero solo para dejar tranquila su conciencia. Se justifica.
El cristiano verdadero, no el farisaico, no dice: “yo doy limosna”, sino que se dice a sí mismo: “puedo dar más, podría dar más, tengo que poder dar más”.

viernes, 21 de septiembre de 2007

El Administrador astuto (Lc 16, 20)

Domingo XXV Ordinario 21-09-2007 [Lc 16, 20)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”.
El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?” “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida y anota diez”.
Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”.
Y el Señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
Pero yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de la injusticia para que el día en que éste os falte, ellos os reciban en las morada eternas.
El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor.
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».


[o más bien breve]


En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor.
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“El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. De nada sirve prometer amor hasta la muerte, si no se muere a cada instante. De nada sirve decir: “por ti, Dios, moriría”, si no estoy dispuesto a dejar de lado ese apego, por pequeño que sea”.

Esta Parábola apunta –como todas las Parábolas de Lucas- a la entrega abnegada, a la mansedumbre, a conmovernos y a convertirnos súbitamente al amor de Dios.

Si no somos fieles en el uso del dinero, ¿quién confiaría en nosotros? Si no administramos bien las cosas que Dios –el único dueño- nos presta en este mundo ¿merecemos administrar las cosas eternas?

No se puede servir a Dios y al dinero. No se puede servir a Dios y al mundo. Tenemos que decidir servir a Dios, y supeditar todo lo demás a lo que Él nos pida que hagamos.

Esta es la parábola del administrador de los bienes de Dios. Y es una Parábola que presenta no poca confusión. Su título ya es malo, se ha traducido mal: “Mayordomo infiel” o “Administrador injusto”.
Leyéndolo bien, advertimos que al hombre a quien se refiere Nuestro Señor ni es administrador, ni mayordomo, ni mucho menos injusto. La Vulgata nos dice: “Villici iniqui” que significa literalmente “villano injusto”, pero no está en el lenguaje de nuestro tiempo. Para nosotros –hoy- “injusto” quiere decir “malo”.
La Vulgata fue transcrita durante el medioevo, donde el villano, “el hombre de la villa” que administraba los bienes del “dueño”, debía ser muy astuto para poder rendirle cuentas a su dueño sin perder un centavo, sino que todo lo contrario, aprovechando de lo que disponía para poder hacer rendir más con los mismos bienes. Y eso no es ser injusto, sino que es ser “vivo”, o “vivaracho”, o “astuto”.
La correcta y actualizada aplicación de los términos sería traducir esto tal como señala el Padre Castellani, a lenguaje moderno, actual, y aterrizado, para mejorar su comprensión. Y quedaría más o menos como “el administrador astuto”.


Esta Parábola nos quiere hacer ver que debemos actuar tal como lo hace ese administrador: astutamente.
Dios nos entrega ciertos bienes, a cada uno según corresponda a su capacidad y ayuda de la Gracia.
Con eso tenemos que hacer lo mejor posible.
El que no lo hace, y malgasta los bienes, los derrocha, o los guarda y los acapara, terminará como en la Parábola.
El que los utiliza bien, y saca provecho de ellos, terminará siendo fiel a su dueño, porque los utilizó para el bien de su dueño, de quien es el dueño de ellos, y nosotros simples administradores.

Todos somos administradores de los bienes (sean cuales sean) de Dios. Todos son de Dios. ¿Quién puede decir que es dueño de algo? Todo lo que tenemos nos ha sido dado pro Dios: la vida, ser cristianos, la familia, etc.
San Agustín decía que lo único que es propiamente nuestro y de lo cual sólo nosotros somos dueños es de nuestros pecados. Es lo único nuestro que tenemos. Todo lo demás nos ha sido dado.
Demostrar esto no es tan difícil. Basta con mirar a un hombre que está muy vivo al mediodía, pero que al llegar la noche muere. O muere al día siguiente. O en un par de años más. Como sea, la muerte le llega sin aviso, cuando el dueño de la vida la reclama.

Vamos a tener que rendirle cuentas a Dios en algún momento, por cómo usamos las cosas. No sólo las riquezas. Aunque esta Parábola se refiera especialmente a las riquezas materiales, también podemos extrapolarlo a las riquezas o bienes de cualquier orden.

Las riquezas materiales (el dinero) engendran maldad. Llaman al mal, al vicio, al egoísmo, la avaricia, la soberbia, etc. La riqueza llama a la maldad si de ellas no se hace limosna.
La Iglesia es clara en este punto: no es bueno ni malo tener riquezas...es neutro.
Pero la gente comúnmente se queda en esta parte, pero la Iglesia la termina, diciendo: no es bueno ni malo, peor puede ser tan bueno como tan malo.
Al rico le es difícil entrar al Reino de los Cielos. No por nada Jesús lo dijo así.
Las riquezas no son malas cuando no son para “acaparar”, vivir en ellas. Al mismo tiempo pueden ser buenas si son usadas para obras sociales, de ayuda, limosnas y buenos fines.

Dice Crisóstomo que el arte de hacer riquezas es el arte mas exquisito de todas las artess artes, porque todas las demás concursan a ella, se fabrican por ella: Además es el arte más fácil, porque sólo se necesita de la voluntad de quien posee los bienes para hacer de ella un arte bello.

Dios enseña esto: que Él es el único dueño. Nosotros: simples administradores.
El administrador fiel es el que puede decir como San Pablo a los Filipenses “Deseo morir ya y estar con Cristo” ¿quién de nosotros puede decir eso con absoluta tranquilidad?
El administrador infiel es el que malgasta, no utiliza y utiliza para si provecho personal los bienes que le han sido confiados en administración, principalmente las riquezas materiales.

Tenemos que tener exactas las cuentas con Dios. No deberle nada, poder entregarle la administración en cualquier comento, sin quedar con deudas.

Somos muy “avispados” para las cosas terrenas, pero no para las eternas.
El administrador astuto es el que sabe aprovechar bien los bienes de su dueño, para el bien suyo y del dueño mismo. Sabemos muy bien a veces hacer esto con los bienes materiales, pero qué poco lo hacemos con los espirituales.

En el programa de Jesús se valoriza la pobreza y la limosna. Cuidar el dinero como comúnmente se cuida se considera idolatría. Y no se puede servir a dos señores.
Con la limosna y la caridad, los ricos ayudan a los pobres; y éstos, con sus oraciones, ayudan y enriquecen a los adinerados. Y con esto los pobres, de quienes es el Reino, son los amigos que lo abren a los ricos.