jueves, 20 de noviembre de 2008

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo – Ciclo A – 23 de Noviembre de 2008

"Venid, benditos de mi Padre" (Mt, XXV; 31-46)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y vosotros me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver".
Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?"
Y el Rey les responderá: "Os aseguro que en la medida que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo".
Luego dirá a los de su izquierda: "Alejaos de mí, malditos; id al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y vosotros no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba de paso, y no me alojasteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y preso, y no me visitasteis".
Éstos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?"
Y él les responderá: "Os aseguro que en la medida que no lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo".
Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».


Palabra del Señor

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Reflexión.


¿Quién de nosotros no querrá oír la voz de Nuestro Señor Jesucristo: "Venid, benditos de mi Padre”? ¡Qué Cristo nos llame a su lado! Ese es el fin de la vida de todo cristiano. Pero muchos vamos a escuchar de Cristo: "Alejaos de mí, malditos”, una dureza que proviene no del odio, sino de la Justicia, del corazón dañado por la soberbia, por la indiferencia, por la impiedad nuestra.

Con este Evangelio y con esta Solemnidad, termina el año Litúrgico. Las lecturas están tomadas de los finales de cada Evangelio –en este caso de Mateo-, claro, porque también en la vida de Cristo, Él sabia que se acercaba “su hora”, la hora en que iba a ser entregado a su muerte. En este preciso Evangelio, estamos a dos días de la Cena, de su Pasión y Muerte. Por eso le urge hablar de las postrimerías, del Cielo, del Infierno, del Juicio, del Purgatorio, de la muerte. Signos escatológicos todos que deben movernos a la conversión: así como a Él le urge entregarnos todos los tesoros de su sabiduría divina, del Testimonio que vino a darnos, testimonio de amor, a nosotros debería movernos con la misma urgencia nuestra conversión: acercarnos a una confesión sincera, compungida, arrepentirnos de todos los pecados, incluso de las imperfecciones menores, asistir a la Santa Misa con la mayor devoción que nos sea posible, asistir a la procesión de Cristo Rey, estamos también en el Mes de María, colgarnos de los mantos purísimos de nuestra Madre, etc. La urgencia de nuestra conversión, de nuestra santidad, para poder oír algún día “Venid, benditos de mi Padre”

No todo en este Evangelio es trágico. Jesús promete un triunfo para los que estén alineados con este Rey tan justo, para sus soldados. Nuestra militancia ha de ser hasta el final, como es acá al final del año litúrgico, nuestra militancia debe ser un reflejo anacrónico de esta militancia anual, una militancia terrenal, vital: toda nuestra vida debe ser servicio de su Divina Majestad, para poder triunfar con ella. Es Cristo mismo quien se erige Majestad.
El reinado de Cristo permaneció invisible durante toda su vida, y alcanzó a ser visible a sus 30 años, pero tan solo por aquellos que tenían fe, los apóstoles y discípulos. Luego, su Reino será aún más visible cuando nos enfrentemos al Juicio particular y al Juicio final. Mucho se ha aplacado hablar de estas cosas. Sabemos muy bien que no es casual, y que el enemigo del Hombre no ha descansado hasta hoy, tratando de hacernos olvidar el hecho más real de nuestra vida: la muerte. Y por supuesto que quienes no están concientes de estas artimañas del Demonio, terminan siendo esclavos de él, y no servidores del Rey Eterno.
Se habla muy poco del reinado de Cristo también, porque con el mismo fin, el Demonio y sus aliados pretenden quitarle a Dios lo que le pertenece: las almas. Por eso debemos hablar de las postrimerías, de las cosas futuras. Antes se oía con más fuerza, nos hablaban de los “novísimos” que eran estas cosas finales: muerte, Juicio, infierno y Gloria (Cielo). Y año tras año, sin darnos cuenta, van perdiendo espacio. Cristo va perdiendo espacio. El Reinado de Cristo va perdiendo soldados ante los ojos del cuerpo.
Sin embargo, este Evangelio nos recuerda que el triunfo ya está alcanzado por Cristo: el ya es Rey Eterno, ya está sentado a la derecha del Padre, y ahora y siempre, desde toda eternidad, ha querido que nosotros participemos de su Reinado. Él Reina, el ya venció, ahora falta que nosotros nos unamos a ese triunfo. Y el evangelista nos alienta, con esas dulces palabras de amor eterno con las que Cristo llamará algún día a los suyos: “Venid a mi, benditos de mi Padre”
Que el dulzor y la fuerza militar de esas palabras, esa doble dimensión que celebramos en la Solemnidad de Cristo Rey se haya vida en nosotros. Llevemos a cabo este triunfo de Cristo Rey a nuestra vida, seamos partícipes del ejército triunfante, el celestial, pero para eso tenemos que comenzar con urgencia, convertirnos a cada instante, celebrar con devoción la Solemnidad, proclamad con labios y con la vida que Cristo Venció, que Cristo Reina, que Cristo Impera en en Cielo, en nuestros corazones, en nuestra patria y en el mundo entero.


CM

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jueves, 23 de octubre de 2008

XXX - Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 26 de Octibre de 2008

El Mandamiento más grande (Mt. XXII, 34-40)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo

En aquel tiempo:
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.
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Reflexión.
“La envidia fomenta el atrevimiento”, dice San Jerónimo, respecto a este Evangelio. El Domingo anterior, el Señor nos enseñaba a repartir con justicia los bienes al César y a Dios, frente a una pregunta que pretendía “sorprenderlo”. Con una respuesta que los “hace callar” enseña la verdad sobre la vida cristiana en sociedades no-cristianas.
Ahora es el turno de estos fariseos, que, movidos por la envidia de la respuesta de Nuestro Señor, se “atreven” con atrevimiento, y ponen a un doctor de la Ley a la vanguardia para “ponerlo a Prueba”…intentan poner a prueba a Dios mismo…cuántas veces nosotros hacemos eso, poniéndolo a prueba.
Dice Orígenes que Jesús hizo callar a los saduceos por que “la luz e la verdad hace callar a la sombra de la mentira” y respecto a este Evangelio dice que “todo el que pregunta a un sabio, no para aprender, sino para examinarlo, es hermano de este fariseo” es, en el fondo, un hipócrita, puesto que este doctor lo llama “maestro”, pero no porque se siente su discípulo, sino porque quiere probarlo.
Pero aún así, cuando nos acercamos a Dios probándolo, su Misericordia y su Justicia son tan grandes que lejos de enjuiciarnos, nos corrige. Es así como aparece en la concordancia de este Evangelio de Mateo con el de Marcos, donde al final el evangelista agrega unas palabras que dirigió Nuestro Señor a este fariseo, doctor, hipócrita que lo quiso tentar o probar, le dice: “No estás lejos del Reino de los Cielos”, pues, como dice San Agustín; “aún cuando se acercara tentándole, haya sido corregido por la respuesta del Señor”

Su respuesta no es escandalosa, pues no hace más que recordarles el pasaje de Deuteronomio VI, pasaje que jamás un doctor de la Ley hubiese negado como central de la fe judía, puesto que es la oración del Shemá, oración que recitaba todo judío, al menos dos veces al día: «Oye, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el solo Yahvé. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza».
Este es el mandamiento primero, el más perfecto, absoluto y excepcional.
Pero Jesucristo, que hace nuevas todas las cosas y tiene palabras de vida eterna, es Camino, Verdad y Vida, nos inquieta cuando agrega que ese amor a Dios debe ser un servicio real a Dios, dirigido al prójimo, pues en ese prójimo se encuentra “encarnado” el mismo Dios, y que N.S. cita textual del Levítico, puesto que estaba frente a un Docor de la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19, 18).

Pero ese amor al prójimo, para los judíos, ese “prójimo” sólo podía ser otro judío, según enseña Manuel de Tuya: “Los samaritanos, los publicanos y las gentes de mala vida no eran para ellos prójimo; y los samaritanos y los publicanos eran positivamente odiados (Ecli 50,27,28)”.
Pero por otra parte, para los cristianos, verdaderos discípulos de aquel Maestro, “es evidente que todo hombre debe considerarse prójimo”, como dice San Agustín comentando este pasaje, y agrega: “el que ama a los hombres, debe amarlos ya por que son justos, ya porque no lo sean”
El comentario de San Juan Crisóstomo es sumamente claro. Dice que amar al prójimo es semejante a amar a Dios, por eso dice N.S. que el segundo es semejante al primero, teniendo en cuenta que el Hombre –el prójimo- es imagen y semejanza de Dios.
Jesucristo, con estas palabras, ha dado a la Humanidad otra de esas lecciones supremamente trascendentales. Es la lección de la caridad cristiana volcándose en la fraternidad de todos los hombres.
La dificultad nuestra es alcanzar este amor al prójimo, como lo mostró el mismo Cristo, “amándonos hasta el extremo”, se entregó a la muerte, y a una muerte de cruz. Ese es nuestro fin, nuestro sentido y nuestra razón de ser cristianos, poder entregarnos por el prójimo hasta dar nuestra vida por aquellos que amamos. Qué difícil, ¡qué dificultad! Amar con ese amor que nos propone Nuestro Señor, que es el núcleo del mensaje que envió Dios, que traje Cristo y que nos hizo cristianos, el amor. Tanto hablamos de amor, de fraternidad, etc., pero habremos de ver en nuestro interior si somos, o seremos capaces de dar nuestra vida por los que amamos (no sólo por nuestras familias y amigos) sino que “los que amamos”, si somos cristianos, son todos los hombres, de toda condición, raza, pueblo, lengua y nación. No se requiere dar la vida como muerte física, o con la sangre, como lo han hecho los mártires, también es “dar la vida” servir. También es dar la vida tener una vida recta, virtuosa, caritativa. También damos la vida cuando ofrecemos nuestro trabajo diario a Dios por los demás, por las almas del Purgatorio, por los vivos y difuntos, por los pecadores.
CM
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sábado, 18 de octubre de 2008

XXIX Vigésimo Noveno Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 19 de Octubre de 2008, San Pablo de la Cruz

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 15-21

En aquel tiempo:
Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tendéis una trampa? Mostradme la moneda con que pagáis el impuesto».
Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César».
Jesús les dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Palabra del Señor.


Este Evangelio resume toda la política católica. Todo el actuar de un católico en el ámbito social, ese ámbito que es todo lo que no es la intimidad personal con Dios. Asi es, todo lo que no es diálogo directo, íntimo, piadoso con Dios, o los Santos, en fin, toda actividad propiamente “religiosa” (de re-ligar el alma a su Creador y Señor) es tan sólo una parte de la vida cristiana, pues todo lo demás se encuentra en el ámbito de “lo social” o “lo político”. En el fondo, la vida habitual, normal, corriente y ordinaria de todo creyente.
Acá se encuentra la realeza de Cristo sobre todas las cosas: no las confunde, sino que las distingue: distinguir para unir decían los filósofos medievales. Lo del César es “lo social”, y “lo de Dios”, es la vida religiosa nuestra.
Es uno de los evangelios más conocidos y al mismo tiempo más mal entendidos, por no considerar ciertas sutilezas que exige su exégesis.
Veamos algunos errores frecuentes.

Dice el Padre Castellani: “Los democristianos, por ejemplo, creen que hay que darse por entero al César; es decir, a la política. Se meten a salvar a las naciones, por medio de la política, antes de salvarse a sí mismos.”

Al César hay que darle lo que le corresponde: la moneda, no el alma. Muchos le entregan al “César” su alma, cuando se meten en política, mezclando política y fe, pero entregándole a la política su fe civil, como los judíos, que se daban en cuerpo y alma a la política, por eso convivían muy bien con los romanos y no encontraban en ellos persecuciones como la encontró Cristo y los mártires.
La política no es algo religioso, y menos cuando es pagana, pero distinto es hacer divino lo pagano, como fue el ideal medieval de la Cristiandad. En no pocos casos se hace pagano lo divino, cuando se tiene esta confusión.

El cristiano debe obedecer toda autoridad, pues como dice San Pablo “toda autoridad viene de Dios”. Debemos obedecer, incluso aquella autoridad no cristiana. Pero esta obediencia tiene un límite: la tiranía. El mismo San Juan Crisóstomo lo dice: “Tú, empero, cuando oigas: da al César lo que es del César, sabe que únicamente dice el Salvador aquello que no se opone a la piedad; porque si hubiese algo de esto, no constituirá un tributo del César, sino del diablo. Y después, para que no digan: Nos sometes a los hombres, añade: Y a Dios lo que es de Dios”
Y esta última frase que añade Nuestro Señor, significa lo que dice muy bien San Hilario: “Debemos pagar también a Dios lo que es de él, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabado, su imagen: la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios: por lo tanto dad vuestras riquezas al César, y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios.”

La pregunta capciosa presentada a propósito de la incompatibilidad de pagar el tributo al César y reconocer el supremo dominio de Dios sobre Israel, quedó desvanecida. Fue una de estas enseñanzas definitivas de Jesucristo con una gran repercusión social-estatal.
CM
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viernes, 10 de octubre de 2008

XXVIII Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 12 de Octubre de 2008, Nuestra Señora del Pilar

Evangelio de N.S.J. según San Mateo:
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos".
...Palabra del Señor...Gloria a Ti, Señor Jesús.
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Esta Parábola no aparece en los otros Evangelios, es una fórmula exclusiva de Mateo en su forma, que sólo aparece una similar en enseñanza y contenido en Lc (14,16-24), pero que difiere en su forma. La exégesis del Padre Cstellani señala que, como Mateo escribe para una audiencia Judía, y Lucas para un auditorio pagano, Mateo remarca la inclusión de los paganos (los no-judíos) por parte de Dios: ellos también están llamados al banquete.
Es una Parábola llena de símbolos: El Rey es Dios, El Hijo y su Esposa representan a Jesucristo y a su Iglesia. Los Siervos a los fieles a Dios que llevan su "invitación", su Palabra, y que, a pesar de hasta ser matados, invitan, llevan su mensaje hasta dar la vida por su Rey. El Banquete es el Reino Celestial, y el "arrojarlo" es el infierno, donde hay "llanto y rechinar de dientes". Es una Parábola sobre la Salvación Universal y Particular.

San Jerónimo dice que los siervos son Moisés y los Profetas, porque invitaban sin ser escuchados.
San Hilario dice que los siervos son los Apóstoles. Juan Crisóstomo que los primeros invitados son todos los hombres, desde Abraham en adelante.

El simbolismo de los "toros" o “mis terneros y mis mejores animales” como aparece en traducciones más generales, quiere decir aquellos que agradan al Señor.
En la Vulgata aparece “tauri mei” [mis toros], en la Nácar Colunga se traduce como “mis becerros”) Pero en todos los casos se refiere a sus mejores animales, y por eso San Gregorio dice que representan a los Padres, profetas, Jueces, Justos del Antiguo Testamento, etc. Porque “herían con el cuerno de su virtud corporal a sus enemigos”, pro eso los llama “toros”.

Estaba todo cumplido ya, por eso ahora viene el banquete. A la llegada de Jesús le sigue el Banquete Celestial y eso es lo que quiere destacar el Evangelista, aquél elemento fundamental que es el estado final de los infieles a la Ley de Dios, la Ley del Amor, de aquellos que viven desechando a Dios.

Uno de los elementos únicos es que San Mateo hace incapié que será una Parábola: “Jesús les habló otra vez en Parábolas diciendo…”, pero a continuación dice “El Reino de los Cielos se parece a…”, es decir, eso ya no es Parábola, sino una “alegoría” como dice Manuel de Tuya “es una alegoría con elementos parabólicos”

Las Parábolas normalmente son historias reales, cuentos, inventados o basados en hechos que contecieron a Nuestro Señor. Pero nunca son fantásticas, irreales, pues su finalidad es que la audiencia comprenda de inmediato. Pero acá parece traernos el evangelista una alegoría más que una Parábola. La Alegoría es una metáfora, es decir, una narración ficticia, que también busca enseñar, pero para audiencias más "poéticas", que en este caso son lso Judíos, que ya conocían la Ley y la Historia de la Salvación. Pero San Mateo narra una Parábola bastante irreal.
No es habitual mandar a hacer un banquete, tenerlo listo, todo preparado, incluso los animales ya preparados y después hacer llamar a los invitados. Tampoco es habitual que los invitados de un Rey, rechacezn su invitación, allí donde se trata de ser invitados por honor a una celebración real, comúnmente el ser humano no quiere faltar, ni tampoco quiere ausentarse allí donde va a haber comida a destajo. San Mateo quiere resaltar un elemento: el insólito banquete. Lo que sucede es que quiere decir que este banquete no es un banquete humano, sino divino, por lo tanto no se mira con ojos humanos, supera con creces cualquier racionalidad humana, porque aquella otra está movida pro el amor infinito de Dios y pro la sabiduria y Justicia infinita de Dios.
También es sumamente irreal que los invitados golpeen y maten a los siervos que sencillamente van a invitar a una celebración real. Luego, el banquete comienza sin el Rey presente, otro elemento inusual más: “Cuando el Rey entró para ver a los comensales…”, nunca se ha visto que un banquete comience sin que el Rey esté presente.
La razón de esto es que Nuestro Señor quiere destacar más que en las Parábolas anteriores, un elemento doctrinal fuerte, o más bien 4 elementos doctrinales por medio de 4 alegorías (más que Parábolas), que, en palabras de Manuel de Tuya son:

1) La Alegoría de los invitados descorteses e invitación de nuevos comensales (v.1-5.8-10). Dios invita al Pueblo de Israel, pero muchos le fueron infieles, por lo que decidió invitar a "muchos" (pro multis), y el universo sobrepasa al Pueblo de Israel: prostitutas, ladrones, paganos, romanos, ¡samaritanos! (cosa que vuelve loco a los judíos)

2) La Alegoría del castigo infligido por el rey a los que mataron a sus siervos (v.6-7). Sobre el castigo no hablaremos, pero sería un tremendo tema, pues muy poco se habla de la Justicia de Dios, y el mundo de Hoy parece haberla olvidado, sin embargo en este pasaje evangélico se tiene muy presente.

3) La Alegoría del «vestido nupcial» (v.11-13). Sobre esta alegoría vamos a tratar de extraer una mayor "lectio" más abajo, dado que es la que urge por su vigencia y actualidad.

4) Y la Sentencia doctrinal final (v.14). "Muchos los llamados y pocos los escogidos"

Para el siervo de Dios, Juan Pablo II el Grande, esta Parábola posee una vigencia extraordinaria, pues representa un llamado de atención a todos los llamados hoy “católicos a mi manera”. El elemento que llama la atención al santo varón de Dios, es que finalmente el Rey logra tener convidados a su banquete, pero de todas formas no era un Rey desesperado que queria que cualquiera entrara, sino que su exigencia se mantenía incólume. Y los católicos a mi manera, quieren entrar al banquete, pero “con sus propios vestidos”, es todo aquél que quiere acomodar la doctrina de Dios. Dice Juan Pablo II: “Eso explicaría aún mejor el significado de ese detalle de la parábola de Jesús: la responsabilidad no sólo de quien rechaza la invitación, sino también de los que pretenden participar sin respetar las condiciones exigidas para ser dignos. Lo mismo se ha de decir de quien se considerase o se declarase seguidor de Cristo y miembro de la Iglesia, sin llevar el «vestido nupcial» de la gracia, que engendra la fe viva, la esperanza y la caridad”, frase que complementada con la exégesis de este Evangelio que hace el Padre Castellani nos da un marco de referencia a lo que nos puede ocurrir por no velar por la excelencia de la doctrina, de la caridad, de la docilidad a la Gracia: “El pecado a los ojos de Dios es diferente que a los ojos de los hombres; para los hombres el pecado no parece cosa muy importante, e incluso a veces los pecados son "los negocios", como en el caso de los prestamistas, cuyo negocio es la usura; los politiqueros, cuyo negocio es la mentira; y los periodistas adulones, cuyo negocio es la prostitución dela palabra humana; pero es una ofensa directa para Dios, creador y vengador del orden, comendador y legislador de lo Justo, Limpieza Infinita.”

¿Qué será de nosotros? ¿Estamos al resguardo de todo rechazo? ¿Estamos de veras seguros de no alejarnos más del Reino, de no ser echados de la fiesta hacia las tinieblas de afuera?, por no estar “revestidos con las armas de la fe”
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí?"... Fuera de la parábola, esta pregunta es dirigida a cada uno de nosotros, que nos encontramos ahora en la gran sala nupcial que es la Iglesia, para el banquete que es la Eucaristía. Nos obliga a volver a entrar en nosotros mismos y a preguntarnos si también nosotros no estamos aquí sin la vestimenta apropiada, si no estamos por azar, por hábito, sin tomar parte y tener interés por lo que se desarrolla; si no estamos también nosotros con el corazón ausente y la mente perdida en el propio terreno y los propios asuntos. No nos vaya a decir el Señor: “¿, cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?
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CM