jueves, 23 de octubre de 2008

XXX - Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 26 de Octibre de 2008

El Mandamiento más grande (Mt. XXII, 34-40)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo

En aquel tiempo:
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.
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Reflexión.
“La envidia fomenta el atrevimiento”, dice San Jerónimo, respecto a este Evangelio. El Domingo anterior, el Señor nos enseñaba a repartir con justicia los bienes al César y a Dios, frente a una pregunta que pretendía “sorprenderlo”. Con una respuesta que los “hace callar” enseña la verdad sobre la vida cristiana en sociedades no-cristianas.
Ahora es el turno de estos fariseos, que, movidos por la envidia de la respuesta de Nuestro Señor, se “atreven” con atrevimiento, y ponen a un doctor de la Ley a la vanguardia para “ponerlo a Prueba”…intentan poner a prueba a Dios mismo…cuántas veces nosotros hacemos eso, poniéndolo a prueba.
Dice Orígenes que Jesús hizo callar a los saduceos por que “la luz e la verdad hace callar a la sombra de la mentira” y respecto a este Evangelio dice que “todo el que pregunta a un sabio, no para aprender, sino para examinarlo, es hermano de este fariseo” es, en el fondo, un hipócrita, puesto que este doctor lo llama “maestro”, pero no porque se siente su discípulo, sino porque quiere probarlo.
Pero aún así, cuando nos acercamos a Dios probándolo, su Misericordia y su Justicia son tan grandes que lejos de enjuiciarnos, nos corrige. Es así como aparece en la concordancia de este Evangelio de Mateo con el de Marcos, donde al final el evangelista agrega unas palabras que dirigió Nuestro Señor a este fariseo, doctor, hipócrita que lo quiso tentar o probar, le dice: “No estás lejos del Reino de los Cielos”, pues, como dice San Agustín; “aún cuando se acercara tentándole, haya sido corregido por la respuesta del Señor”

Su respuesta no es escandalosa, pues no hace más que recordarles el pasaje de Deuteronomio VI, pasaje que jamás un doctor de la Ley hubiese negado como central de la fe judía, puesto que es la oración del Shemá, oración que recitaba todo judío, al menos dos veces al día: «Oye, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el solo Yahvé. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza».
Este es el mandamiento primero, el más perfecto, absoluto y excepcional.
Pero Jesucristo, que hace nuevas todas las cosas y tiene palabras de vida eterna, es Camino, Verdad y Vida, nos inquieta cuando agrega que ese amor a Dios debe ser un servicio real a Dios, dirigido al prójimo, pues en ese prójimo se encuentra “encarnado” el mismo Dios, y que N.S. cita textual del Levítico, puesto que estaba frente a un Docor de la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19, 18).

Pero ese amor al prójimo, para los judíos, ese “prójimo” sólo podía ser otro judío, según enseña Manuel de Tuya: “Los samaritanos, los publicanos y las gentes de mala vida no eran para ellos prójimo; y los samaritanos y los publicanos eran positivamente odiados (Ecli 50,27,28)”.
Pero por otra parte, para los cristianos, verdaderos discípulos de aquel Maestro, “es evidente que todo hombre debe considerarse prójimo”, como dice San Agustín comentando este pasaje, y agrega: “el que ama a los hombres, debe amarlos ya por que son justos, ya porque no lo sean”
El comentario de San Juan Crisóstomo es sumamente claro. Dice que amar al prójimo es semejante a amar a Dios, por eso dice N.S. que el segundo es semejante al primero, teniendo en cuenta que el Hombre –el prójimo- es imagen y semejanza de Dios.
Jesucristo, con estas palabras, ha dado a la Humanidad otra de esas lecciones supremamente trascendentales. Es la lección de la caridad cristiana volcándose en la fraternidad de todos los hombres.
La dificultad nuestra es alcanzar este amor al prójimo, como lo mostró el mismo Cristo, “amándonos hasta el extremo”, se entregó a la muerte, y a una muerte de cruz. Ese es nuestro fin, nuestro sentido y nuestra razón de ser cristianos, poder entregarnos por el prójimo hasta dar nuestra vida por aquellos que amamos. Qué difícil, ¡qué dificultad! Amar con ese amor que nos propone Nuestro Señor, que es el núcleo del mensaje que envió Dios, que traje Cristo y que nos hizo cristianos, el amor. Tanto hablamos de amor, de fraternidad, etc., pero habremos de ver en nuestro interior si somos, o seremos capaces de dar nuestra vida por los que amamos (no sólo por nuestras familias y amigos) sino que “los que amamos”, si somos cristianos, son todos los hombres, de toda condición, raza, pueblo, lengua y nación. No se requiere dar la vida como muerte física, o con la sangre, como lo han hecho los mártires, también es “dar la vida” servir. También es dar la vida tener una vida recta, virtuosa, caritativa. También damos la vida cuando ofrecemos nuestro trabajo diario a Dios por los demás, por las almas del Purgatorio, por los vivos y difuntos, por los pecadores.
CM
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