sábado, 28 de marzo de 2009

Quinto Domingo de Cuaresma - Ciclo B - 29 de Marzo de 2009

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 12, 20-33

En aquel tiempo, había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: 'Señor, queremos ver a Jesús' Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió: 'Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.' Vino entonces una voz del cielo: 'Le he glorificado y de nuevo le glorificaré.' La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: 'Le ha hablado un ángel' Jesús respondió: 'No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí'. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.

Palabra del Señor

+


Reflexiones de San Agustín:

"Cristo, al acercarse su pasión, quiso padecer tristeza para alegrarnos y enseñarnos a seguir la voluntad de Dios"

¿Podemos acaso entender bien el pavor en Cristo al aproximarse la pasión, siendo así que por ella había venido al mundo? Cuando llegó lo mismo a que había venido, ¿temía por ventura el morir? Si fuera hombre absolutamente de tal manera que no fuera Dios, ¿se alegraría más bien por la resurrección futura que temería por la muerte próxima? Sin embargo, por cuanto se dignó tomar la forma de siervo y en ella vestirnos de sí, por cuanto no se desdeñó de tomarnos en sí, tampoco se desdeñó de transfigurarnos en sí, ni de hablar con nuestras palabras para que también nosotros hablásemos con las suyas. Hízose por cierto esta admirable permuta, ejecutáronse los divinos comercios y la mudanza de las cosas se celebró en este mundo por el celestial negociador. Vino a recibir afrentas y a dar honores, vino a agotar el dolor y a dar la salud, vino a sufrir la muerte y a dar la vida. Estando, pues, para morir en lo que tenía nuestro, no tenía temor en sí, si no en nosotros; por eso dijo que su alma estaba triste hasta la muerte, y verdaderamente todos nosotros estábamos con él. Porque nosotros sin él somos nada, mas en él somos el mismo Cristo y nosotros. Y la razón es, porque todo Cristo es la cabeza y el cuerpo.

El mismo Unigénito, llevando tu flaqueza y representando en sí tu persona, al acercarse a la pasión se contristó en cuanto al hombre que llevaba, para alegrarte; se contristó para consolarte. El Señor que se ofrecía a la pasión pudo por cierto estar sin tristezas, porque si pudo el soldado ¿cómo no poder el emperador? ¿Y de qué modo pudo el soldado? Atiende al Apóstol San Pablo próximo a su pasión: "Yo —dice— ya estoy a punto de ser sacrificado y cerca está el tiempo de mi muerte. Yo he peleado buena batalla, he acabado mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está reservada la corona de la justicia que el Señor, justo Juez, me dará en aquel día". Ved cómo se alegra al ver próxima su pasión. De consiguiente, se alegra el que ha de ser coronado y se entristece el que ha de coronar. ¿Qué llevaba, pues, sobre sí? Llevaba la flaqueza de aquellos que se contristan a vista de la tribulación o de la muerte. Pero ved de qué manera los conduce a la dirección del corazón. He aquí que tú querías vivir y no querías que te acaeciese nada en contrario; pero Dios ha querido otra cosa; dos son estas voluntades; mas encarécese la voluntad tuya hacia la voluntad de Dios y no pretendas que la voluntad de Dios se tuerza hacia la tuya. Tu voluntad es disforme y la de Dios es la regla; atiende, pues, con fijeza a la regla para que por ella sea enderezado lo que está torcido. Ved cómo así lo enseña nuestro Señor Jesucristo: ''Triste está mi alma hasta la muerte". Y añade: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz". He aquí cómo manifiesta la voluntad humana. Pero ve el corazón recto cuando dice: “Mas no como yo quiero, sino como tú". Haz tú, pues, lo mismo, gozándote en las cosas que te suceden, y si viniere el día último, alégrate; o si te sorprende la fragilidad de alguna voluntad humana, dirígela prontamente a Dios.

Sufre con corazón recto todo lo que padeces: Dios conoce lo que conviene darte y lo que conviene quitarte. Lo que te da, valga para el consuelo y no para la corrupción; y lo que te quita, valga para la tolerancia y no para la blasfemia. Mas si blasfemas y Dios te desagrada agradándote tú a ti mismo, eres de corazón perverso y disforme, y lo peor es que quieres corregir el corazón de Dios según el tuyo para que él haga lo que tú quieres, siendo así que eres tú el que debes hacer lo que él quiere. ¿Y qué? ¿Pretendes torcer el corazón de Dios, siempre recto, acomodándole a la deformidad del tuyo? ¿Cuánto mejor te es el corregir tu corazón conforme a la rectitud de Dios? ¿Por ventura no te enseñó esto tu Señor de cuya pasión hablábamos ahora? ¿No representaba acaso tu flaqueza cuando dijo: ''Triste está mi alma hasta la muerte"? ¿Acaso no te figuraba en sí mismo cuando decía: "Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz?”. No son por cierto dos corazones y diversos el del Padre y el del Hijo, sino que en la forma de siervo llevó tu corazón para enseñarle con su ejemplo. Ve ya, supongamos que la tribulación ha hallado otro corazón tuyo deseoso de que pasase lo que le amenazaba, pero Dios no ha querido. Dios no se conforma con tu corazón y tú debes conformarte con el corazón de Dios. Oye su voz: "Mas no como yo quiero, sino como tú".

Fuente: Doctrina de vida espiritual, Tomo II, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944, p. 181-187.


--------

CM

+