viernes, 21 de septiembre de 2007

El Administrador astuto (Lc 16, 20)

Domingo XXV Ordinario 21-09-2007 [Lc 16, 20)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”.
El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?” “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida y anota diez”.
Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”.
Y el Señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
Pero yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de la injusticia para que el día en que éste os falte, ellos os reciban en las morada eternas.
El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor.
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».


[o más bien breve]


En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco también es deshonesto en lo mucho. Si no sois fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién os confiará el verdadero bien? Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os confiará lo que os pertenece?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecer a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menos preciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor.
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“El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. De nada sirve prometer amor hasta la muerte, si no se muere a cada instante. De nada sirve decir: “por ti, Dios, moriría”, si no estoy dispuesto a dejar de lado ese apego, por pequeño que sea”.

Esta Parábola apunta –como todas las Parábolas de Lucas- a la entrega abnegada, a la mansedumbre, a conmovernos y a convertirnos súbitamente al amor de Dios.

Si no somos fieles en el uso del dinero, ¿quién confiaría en nosotros? Si no administramos bien las cosas que Dios –el único dueño- nos presta en este mundo ¿merecemos administrar las cosas eternas?

No se puede servir a Dios y al dinero. No se puede servir a Dios y al mundo. Tenemos que decidir servir a Dios, y supeditar todo lo demás a lo que Él nos pida que hagamos.

Esta es la parábola del administrador de los bienes de Dios. Y es una Parábola que presenta no poca confusión. Su título ya es malo, se ha traducido mal: “Mayordomo infiel” o “Administrador injusto”.
Leyéndolo bien, advertimos que al hombre a quien se refiere Nuestro Señor ni es administrador, ni mayordomo, ni mucho menos injusto. La Vulgata nos dice: “Villici iniqui” que significa literalmente “villano injusto”, pero no está en el lenguaje de nuestro tiempo. Para nosotros –hoy- “injusto” quiere decir “malo”.
La Vulgata fue transcrita durante el medioevo, donde el villano, “el hombre de la villa” que administraba los bienes del “dueño”, debía ser muy astuto para poder rendirle cuentas a su dueño sin perder un centavo, sino que todo lo contrario, aprovechando de lo que disponía para poder hacer rendir más con los mismos bienes. Y eso no es ser injusto, sino que es ser “vivo”, o “vivaracho”, o “astuto”.
La correcta y actualizada aplicación de los términos sería traducir esto tal como señala el Padre Castellani, a lenguaje moderno, actual, y aterrizado, para mejorar su comprensión. Y quedaría más o menos como “el administrador astuto”.


Esta Parábola nos quiere hacer ver que debemos actuar tal como lo hace ese administrador: astutamente.
Dios nos entrega ciertos bienes, a cada uno según corresponda a su capacidad y ayuda de la Gracia.
Con eso tenemos que hacer lo mejor posible.
El que no lo hace, y malgasta los bienes, los derrocha, o los guarda y los acapara, terminará como en la Parábola.
El que los utiliza bien, y saca provecho de ellos, terminará siendo fiel a su dueño, porque los utilizó para el bien de su dueño, de quien es el dueño de ellos, y nosotros simples administradores.

Todos somos administradores de los bienes (sean cuales sean) de Dios. Todos son de Dios. ¿Quién puede decir que es dueño de algo? Todo lo que tenemos nos ha sido dado pro Dios: la vida, ser cristianos, la familia, etc.
San Agustín decía que lo único que es propiamente nuestro y de lo cual sólo nosotros somos dueños es de nuestros pecados. Es lo único nuestro que tenemos. Todo lo demás nos ha sido dado.
Demostrar esto no es tan difícil. Basta con mirar a un hombre que está muy vivo al mediodía, pero que al llegar la noche muere. O muere al día siguiente. O en un par de años más. Como sea, la muerte le llega sin aviso, cuando el dueño de la vida la reclama.

Vamos a tener que rendirle cuentas a Dios en algún momento, por cómo usamos las cosas. No sólo las riquezas. Aunque esta Parábola se refiera especialmente a las riquezas materiales, también podemos extrapolarlo a las riquezas o bienes de cualquier orden.

Las riquezas materiales (el dinero) engendran maldad. Llaman al mal, al vicio, al egoísmo, la avaricia, la soberbia, etc. La riqueza llama a la maldad si de ellas no se hace limosna.
La Iglesia es clara en este punto: no es bueno ni malo tener riquezas...es neutro.
Pero la gente comúnmente se queda en esta parte, pero la Iglesia la termina, diciendo: no es bueno ni malo, peor puede ser tan bueno como tan malo.
Al rico le es difícil entrar al Reino de los Cielos. No por nada Jesús lo dijo así.
Las riquezas no son malas cuando no son para “acaparar”, vivir en ellas. Al mismo tiempo pueden ser buenas si son usadas para obras sociales, de ayuda, limosnas y buenos fines.

Dice Crisóstomo que el arte de hacer riquezas es el arte mas exquisito de todas las artess artes, porque todas las demás concursan a ella, se fabrican por ella: Además es el arte más fácil, porque sólo se necesita de la voluntad de quien posee los bienes para hacer de ella un arte bello.

Dios enseña esto: que Él es el único dueño. Nosotros: simples administradores.
El administrador fiel es el que puede decir como San Pablo a los Filipenses “Deseo morir ya y estar con Cristo” ¿quién de nosotros puede decir eso con absoluta tranquilidad?
El administrador infiel es el que malgasta, no utiliza y utiliza para si provecho personal los bienes que le han sido confiados en administración, principalmente las riquezas materiales.

Tenemos que tener exactas las cuentas con Dios. No deberle nada, poder entregarle la administración en cualquier comento, sin quedar con deudas.

Somos muy “avispados” para las cosas terrenas, pero no para las eternas.
El administrador astuto es el que sabe aprovechar bien los bienes de su dueño, para el bien suyo y del dueño mismo. Sabemos muy bien a veces hacer esto con los bienes materiales, pero qué poco lo hacemos con los espirituales.

En el programa de Jesús se valoriza la pobreza y la limosna. Cuidar el dinero como comúnmente se cuida se considera idolatría. Y no se puede servir a dos señores.
Con la limosna y la caridad, los ricos ayudan a los pobres; y éstos, con sus oraciones, ayudan y enriquecen a los adinerados. Y con esto los pobres, de quienes es el Reino, son los amigos que lo abren a los ricos.