sábado, 10 de enero de 2009

Solemnidad del Bautismo de Nuestro Señor - Ciclo B - 10 de Enero de 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 7-11

En aquel tiempo, Juan predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera, soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo». En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor.

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¿Qué significa el misterio que nos presenta el Evangelio de esta solemnidad? ¿Cómo es posible que la segunda persona de la Santísima Trinidad se adelante de entre la muchedumbre agolpada a orillas del Jordán, pidiendo el bautismo de la remisión de los pecados? ¡Con razón tiembla la mano del Bautista ante tal escena!

Dom Columba Marmion nos muestra como el Verbo encarnado cumple su doble misión: “la de Hijo de Dios y la de Cabeza de una raza pecadora, cuya naturaleza ha asumido y a la cual tiene que rescatar”. San Pablo nos enseña que Nuestro Señor al poseer la naturaleza divina, no creyó cometer injusticia alguna, declarándose igual a Dios en perfección. Sin embargo por nuestra salvación, descendió hasta los abismos de la flaqueza, de ahí que su Padre le ensalzara. En este sentido podemos decir que, si Cristo entra en los cielos, es para mostrarnos el camino.

Bautizado Jesús, salió a la orilla del río, cuando de pronto se rasgan los cielos y se ve bajar al Espíritu Santo en figura de paloma, que venía a posarse sobre Él, dejándose oír de arriba: «Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias». Nuestro Señor se rebaja hasta confundirse con los pecadores e inmediatamente el cielo se abre para ensalzarle; pide un bautismo de penitencia y de reconciliación y al instante el Espíritu Santo reposa sobre Él con toda la plenitud de los dones de su gracia.

San Beda nos dice que “el hecho de ver bajar al Espíritu Santo sobre el bautismo, es señal de la gracia espiritual que en el bautismo se nos confiere”. San Jerónimo describe muy bien este misterio: “En sentido místico, huyendo nosotros de la inconstancia del mundo y atraídos por la fragancia y pureza de las virtudes, corremos con las almas santas detrás del esposo, y por la gracia del perdón somos purificados con el sacramento del bautismo en las fuentes del amor de Dios y del prójimo, y ascendiendo por la esperanza contemplamos los secretos celestiales con los ojos de un corazón puro”.

Ahora bien, el Verbo encarnado, no realizará esta redención sino hasta hacerse solidario de todos nuestros pecados. Si toma sobre sí, en un acto eterno, nuestras injusticias, tomará también el castigo que ellas se merecerían, sobre Él caerán, cual lluvia torrencial, los dolores y humillaciones. Cuando meditemos esta profunda palabra de Nuestro Señor, humillémonos con Él; reconozcamos nuestra condición de pecadores y, ante todo, renovemos el acto de renuncia al pecado que hiciéramos el día de nuestro bautismo. Renovemos con frecuencia nuestros actos de renuncia al pecado, pues, como ya sabemos, el carácter del bautizado se distingue por ser un sello indeleble en el fondo de nuestra alma, y cuando reiteramos las promesas bautismales, deriva de la gracia bautismal una nueva virtud para fortalecer nuestro poder de resistir a todo aquello que nos arrastra al pecado; sólo así podremos conservar en nosotros la vida de gracia. En este sentido podemos dar a Nuestro Señor una prueba de vivo agradecimiento por haberse encargado Él de librarnos de nuestras cargas.

Bajo las manos del Bautista se inclina la cabeza que temen y adoran las Potestades, dice San Bernardo; ¿qué extraño que tiemble el Bautista? ¡Cuán alta estará en el juicio la cabeza que ahora se reclina y la frente que ahora aparece tan humilde, cuán sublime y excelsa se presentará! Imitemos la humildad de Jesús, para que entonces no nos confunda su poder. No nos resistamos al Espíritu Santo que quiere apoderarse de nuestra vida; dejémonos abrasar por el fuego de la caridad, es la única manera de renovarnos interiormente: «Enviarás a tu Espíritu, y serán creadas todas las cosas, y renovarás la faz de la tierra» (Ps. 103, 30). Todos los demás factores humanos no son capaces de cambiarnos ante Dios. Toda la ciencia de la santidad estriba en desnudarnos del hombre y vestirnos de Dios: «Vestíos de nuestro Señor Jesucristo», dice el Apóstol (Rom. 13, 14).



CM

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