viernes, 28 de septiembre de 2007

El rico epulón y el pobre Lázaro (Lucas XVI, 19-31)

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario 30-09-2007 [Lucas XVI, 19-31] (Ciclo c)




Lectura del santo Evangelio según san Lucas (16, 19-31)


En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.
“Hijo mío —respondió Abraham—, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”
El rico contesto “Entonces, te ruego, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos que el los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”
Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.
“No, padre Abraham —dijo el rico—. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.
Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés ya los profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos tampoco se convencerán”.


Palabra del Señor

+


Hemos venido escuchando, estos últimos domingos, los sabios conseos y las duras exigencias del Evangelio, sobre las riquezas, el dinero y las posesiones materiales. Consejos y advertencias que, por cierto, vienen de boca del mismo Jesús, por lo tanto carecen de caducidad, todo lo contrario, poseen una vigencia absoluta.
El Domingo anterior se nos invitaba a ser más “vivos” (“vivaracho” como se dice ordinariamente) con las cosas del Cielo, así como tenemos esa viveza para administrar platas, con la misma astucia deberíamos buscar las otras cosas. Y terminaba con la clásica sentencia: “no se puede servir a dos señores”, al dinero y a Cristo. El cristiano verdadero elige a este último Señor.
Ahora el Evangelio nos trae una advertencia mucho más clara. Las riquezas mismas son un peligro. Mucho se dice que el dinero y las riquezas son “neutras”. Y eso es cierto moralmente, filosóficamente hablando. No poseen carácter de “mal”. Incluso es más, poseen un carácter de bien útil. Sin embargo, la fe ilumina la razón, y lo que teníamos por seguro en la filosofía o moral racional, se perfecciona con más seguridad por la fe. Aquí ocurre eso: la riqueza es un bien útil, puede ser usado para el bien y para el mal, pero es más seguro que nos traiga la condenación eterna.
Jesús mismo conoce muy bien la atadura que trae el dinero. Nosotros también lo sabemos. El apego que produce es engañoso. Mientras lo tenemos, nunca podemos decir con seguridad que no estamos apegados. Cuando no lo tenemos, ya sea porque lo perdimos o porque lo gastamos o invertimos, ahí recién nos damos cuenta que sí estábamos un poco apegados. Es engañoso.
San Agustín comienza el comentario a este pasaje del evangelio de Lucas diciendo: “He aquí la fe de la que se ríen los malvados y los incrédulos: nosotros decimos que después de la presente vida hay otra”. El hombre rico comienza a olvidar esto, y se desvive en su riqueza.
Eso le pasó al rico de este pasaje del Evangelio. No se dio cuenta que afuera había un pobre al que los perros le lamían las heridas. El rico vivió feliz, sin preocuparse.
No daba limosna no porque fuera “mala persona”. El texto no dice eso. ¡No se dio cuenta que había un pobre afuera! Es decir, lo consumió el dinero, le cerró los ojos (del alma) porque veía sólo su felicidad, que era sana, buena, pero lo alejó del pobre. Nunca se dice que malgastaba el dinero. Pero un hombre de Dios, un buen cristiano, un santo, habría puesto a buscar a quién ayudar, con quien compartir el dinero. Entre el buen cristiano rico y un pobre no existe distancia, sino cercanía (prójimo viene de ahí). En cambio, entre el rico epulón y el pobre Lázaro había un abismo que los separaba. El Cardenal Gomá dice que ese mismo abismo los separa también en la “otra vida”, en que el rico le pide ayuda ahora al pobre Lázaro, pero aún éste queriendo ayudarlo, no puede...por el abismo que se tejió entre ambos en ésta vida.
Manuel de Tuya rescata la figura de Lázaro como hombre bueno. “Lázaro” es la abreviación de “Eleazar”, que significa “Dios ayuda”, por lo tanto, no es que Lázaro no pueda ayudar de modo alguno al condenado rico, lo ayuda, porque al rico lo que más le inquieta, incluso más que su sed (que es también metáfora) es que su familia, que aún vive la vida terrena, se salve. El rico le pide a Lázaro que ayude a su familia, y así, ayudándola a ésta, puede calmar en parte su dolor, o sea, ayudarlo a él. Y Lázaro sí lo ayuda, claro que no como pide el rico. El rico no está en condición de pedir mucho, porque su inteligencia está ya bajo la influencia del pecado, por lo tanto nublada. Por eso el rico le pide en realidad una tontera: aparécete tu y les adviertes. Lázaro se niega, no por “malo”, sino por la estulticia de la solución que pide el condenado. Por eso Manuel de Tuya dice: “no es cuestión de avisos extraordinarios, sino de la recta actitud moral” la que salva a los hombres. Por lo demás, decimos nosotros, ver a un hombre al que los mismos perros le lamían las heridas, es ya una visión extraordinaria, capaz de movilizar a cualquier rico a darle salud y alimento. ¿Serviría que apareciese Lázaro para hacer cambiar a la familia del rico? No lo sabemos. Pero sí sabemos –piensa Lázaro- que basta con la Palabra de Dios (los Profetas) para que todos se salven.

En la era actual en que vivimos, del neoliberalismo, o capitalismo renovado o moderado, es sumamente difícil entender esto: quien posee mucho dinero, debe compartirlo con los pobres, porque: ni el dinero es suyo, sino de Dios, ni su vida está salvada per se, sino que tiene que trabajar para salvarla.
Si se dice esto, se cree que uno es comunista. La diferencia está en que el comunismo no impone la caridad. Por último ojala impusiera la caridad, pero no es caridad lo que impone, entendido esto como amor al prójimo. El comunismo impone igualdad, que es algo malo. El comunismo impone igualar hacia abajo, quitarle a los ricos...impone el robo, la mentira, el engaño.
El cristianismo, si es que impone algo, impone el amor, la caridad. Y la forma de imponerlo no es bajo opresión, como el comunismo. El cristianismo la impone por el ejemplo, por el testimonio. Impone el amor por el testimonio. Por eso bajó Dios al mundo, se encarnó, vino Cristo a “dar testimonio de la verdad”, a ser “camino, verdad y vida”; a mostrarnos cómo debemos ser.
Quien posee mucho dinero debe compartirlo por su propio amor. Que de su amor infinito por Dios, y de éste por el prójimo, debería brotar solo el hecho de dar, donar, de amar al pobre. Pero si esto es muy lógico: ¡sólo quién tiene mucho dinero puede ayudar al que no tiene nada y muere de hambre!
Dios entrega a todos los medios para salvarse. Si al rico le es muy difícil entrar en le Reino de los Cielos (Lc 18, 24), precisamente porque es muy difícil que se desprenda de sus bienes, entonces que acuda a la Palabra de Dios para que le diga cómo puede entrar en el Reino. Y la palabra le dice lo que ésta lectura dice: “Tienen a Moisés y a los profetas”, es decir, está el mensaje de Cristo, que lo lean y lo cumplan, así se van a salvar.
Cuando se lee este Evangelio, muchos dicen: “pero si yo doy limosna”. Y es cierto. Pero la verdad de si está dando lo que le sobra, o lo que no le cuesta, o una porción que solo deja tranquila a su conciencia y no al hambre de un pobre, entonces, si ocurre así, ese, que dice que da limosna, no está cumpliendo el evangelio. El Evangelio busca un total desprendimiento de las riquezas, como vimos el Domingo pasado, y un total volcarse hacia el pobre, como vemos este domingo.
Es por eso que este evangelio comienza: “Jesús dijo a los fariseos”. No le habla a sus discípulos sobre esto. Son los fariseos los que necesitan este consejo con urgencia. Jesús también está preocupado de ellos. Los fariseos de hoy en día son estos que decíamos recién, que dicen:” pero si yo doy limosna”, y capaz que de, y mucha, pero ¿será suficiente?. El Fariseo es el falso, el hipócrita, el que cumple la ley por obligación, no pro amor. El fariseo es el que hace lo que la ley de Moisés dice (los fariseos de hoy, lo que Cristo dice), lo hace, pero solo para dejar tranquila su conciencia. Se justifica.
El cristiano verdadero, no el farisaico, no dice: “yo doy limosna”, sino que se dice a sí mismo: “puedo dar más, podría dar más, tengo que poder dar más”.